Bodega clásica, muy cercana a la estación de Atocha y con aspecto de mediados del pasado siglo, dicho sea sin desdoro, tanto por su decoración como por sus suelos y su mobiliario (las sillas están tapizadas de escay).
Llamamos antes de ir para reservar, a lo que respondieron que no lo hacían salvo que se encargara un cocido para un mínimo de 4 personas; en su defecto nos indicaron que abrían a las 12 y nos aconsejaron ir pronto para poder asegurarnos una mesa, pero, hete aquí, que llegados al local sobre las 13:30, nos soltaron de sopetón que podíamos ocupar una mesa siempre que la dejáramos libre, como muy tarde, a las 13:45, lo que nos sorprendió pues esto depende en una parte importante de la eficacia del servicio.
Comenzamos la comida con 6 croquetas variadas, de Cabrales, bacalao y jamón, todas ellas buenas gustándonos especialmente las de bacalao, seguimos con una ensalada tomatera, con muy buen tomate rosa, aliñada de un modo un tanto particular que no nos satisfizo, 1 ración de excelentes alcachofas confitadas en aceite con jamón, 1/2 ración de ricos callos a la madrileña, con muy buen chorizo y morcilla y terminamos con leche frita y tarta de queso, caseros en teoría pero que dejaban de desear y 2 buenos cafés; bebimos 1 botella grande agua y 1 excelente vermú rojo de grifo.
El servicio, salvo por la sorpresa de la entrada, fue amable y rápido y el precio, 47 €, caro aunque he de decir que pensamos volver, eso sí eliminando los postres de nuestro menú.