Empezamos a subir por las sinuosas curvas hasta llegar a la cima del Monte de Santa Trega, donde dejamos aparcado el coche al lado de una pequeña ermita del siglo XII aunque
reformada a lo largo de los siglos XVI y XVII. Tuvimos la suerte de disfrutar del mar blanco de nubes que con la fuerza del sol fue dejando paso a poder ver nÃtidamente la desembocadura del rÃo Miño en la frontera con Portugal. Atravesamos por unas escaleras que nos llevaron a la parte menos visitada del castro, y pudimos disfrutar tranquilamente de un paseo entre las milenarias piedras y sentir su historia. Hay rincones preciosos que llenaron ese tiempo de belleza.
Cruzamos la carretera y llegamos a la zona más concurrida, donde hay unas buenas vistas al Océano Atlántico y a A Guarda. Tuvimos un dÃa precioso, con mucha visibilidad y disfrutamos mucho del entorno. Es un lugar muy recomendable...