Cuando era pequeño, los curas de mi colegio me hablaron de la existencia del limbo. En esencia, se trataba de un lugar permanente en el espacio-tiempo donde Dios guardaba las almas de las/os niñas/os no bautizadas/os fallecidas/os sin haber tenido tiempo a cometer pecado alguno....Al escuchar aquello respiré aliviado. Era consciente de que no cumplía los requisitos. Sabía a ciencia cierta que, pasara lo que pasara, nunca sería desterrado a aquel sempiterno vacío legal más allá del cielo y el infierno. Me equivocaba. Ayer entré en la Galletería Biscuits Galicia. Mi humilde objetivo, que a la postre se antojaría una quimera, era degustar un café y una berlina de chocolate. Para ello, me acerqué al mostrador, pedí el combo y me senté a esperar. La vista desde mi mesa me permitía seguir de cerca las evoluciones de las tres personas que trabajaban allí en ese momento. El caos y la inacción reinaban por todas partes. No hacía falta un ojo experto para adivinar que algún/a impío/a jerarca cogiera el día libre abandonando a su suerte a aquel trío en prácticas. La afluencia de clientela era constante, y las comandas se amontonaban olvidadas como las hojas lo hacen en otoño. El tiempo pasaba... 10 min, 20 min... y los pedidos apenas salían... 30 min, 40 min... La inquietud en el ambiente se cortaba con el cuchillo de las tartas... 50 min, 60 min... y a la cola donde se pedían cafés se le sumaba ahora la cola donde se pedían explicaciones... Más de 1 hora... El imperio galletero de Biscuits Galicia se desmoronaba ante mis ojos y el neófito triunvirato, superado por las circunstancias, aceptaba sin especial desazón su total colapso. Mi café no llegaba, mi berlina tampoco, ni siquiera el hipnótico trenecito de madera circulaba por la vía reconfortando mi existencia. Había caído en la emboscada. Había entrado en el limbo. ¡No me devolváis el dinero, pero devolvedme mi alma!Más