Plazas enormes, multitud de extranjeros y españoles,
artistas callejeros, coloridas luces, escaparates de
tiendas que observar y carteles de restaurantes que
prometen servir la mejor paella, jamón y chocolate con
churros: así es el centro de Madrid, una colección de
plazas interconectadas por una red de calles
secundarias, algunas de ellas amplias, peatonales y
llenas de comercios, y otras más apartadas, por lo que
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se puede entrar y salir del bullicio fácilmente. La
emblemática Puerta del Sol constituye el gigantesco
cruce de caminos de la ciudad y es una atracción de
visita obligada a cualquier hora del día. La cercana
plaza Mayor, totalmente rodeada por históricos
edificios de color rojo, es el sitio ideal para
comprar algo de comer y tomarlo al aire libre, entre
medias de las terrazas y la gente que sale a pasear.
La plaza de Isabel II (también conocida como “Ópera”),
más pequeña, es un estupendo sitio donde quedar y la
majestuosa plaza de Oriente es el patio delantero del
Palacio Real. El centro puede ser turístico (se sabe
que merodean carteristas por la zona), estar
abarrotado y, en ocasiones, resultar sensacionalista,
pero también se trata del mejor sitio para empaparse
del Madrid clásico.
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