La isla de Santa Lucía se constituyó en una bella y muy especial sorpresa cuando la conocimos. Desde el barco se veía tranquila, plácida. Un manto verde de vegetación cubría casi en su totalidad la intervención del hombre. Parecía que era virgen y la estábamos descubriendo.
Al acercarnos conocimos una población limpia, bien cuidada, con unos hoteles fabulosos que sirven, en general a una clientela adinerada. Sus playas, igual, bien amobladas, limpias, bañadas por una playas blancas de arena suave y olas acariciadoras. Un magnífico paseo. Algún día queremos regresar.