Será un sitio entre muchos los que puede haber en la ciudad de Burgos, pero tiene un encanto que pocos pueden alabar. Una decoración moderna, llama la atención sin caer en ser recargado. Una atención como en casa, tanto en barra como en comedor.
Al no ser un restaurante muy grande, se agradece la paz y la calma con la que se comparte una buena comida. Incluso se agudizan los sentidos para deleitarse con un menú bien confeccionado y a gusto de todos.
Y para los que miramos cada rincón con lupa: los baños originales y bien limpios.
Fuimos un sábado, por lo que nos tocó menú de fin de semana. Para nada caro ( 14€) para poder elegir entre seis primeros y seis segundos. La sopa de pescado muy buena, con buenos trozos de merlucita, como debe ser y sin tener un sabor muy fuerte.
Y un detalle que a esta castellana le produce hasta emoción: tapa con cada consumición. Tomamos algo antes de pasar al comedor y en la primera ronda nos sacaron unas gambas en tempura ( no puedo comerlas por mi alergia pero ya se encargó mi hijo, de cinco años, de hacer los honores). Y en la segunda ronda nos hicieron, en el acto, unas croquetas de jamón y boletus.
Además su situación no puede ser mejor, porque está a un paso del centro ( 15 minutos andando de la Catedral) pero no es una calle muy concurrida por lo que, como antes he señalado, sientes como si de verdad estuvieras en ese bonito Hayedo que decora las paredes del restaurante.