No suelo escribir comentarios, pero en esta ocasión la amabilidad de Cristina, su dueña y lo excepcional de su casa me ha animado a hacerlo, porque lo merecen.

En diciembre he pasado un fin de semana inolvidable en esta acogedora y preciosísima casa. La compañía siempre es importante, pero el marco en esta ocasión ha hecho que sea una experiencia inolvidable.

Es una casa de presencia imponente por el emplazamiento y sus dimensiones. Poniendo el alma en su restauración, Cristina ha conseguido un equilibrio magistral entre su historia centenaria y el exquisito gusto en la decoración, de modo que el resultado es una casa de ensueño, perfecta. La casa es tal cual (o mejor, si cabe) muestran las fotos.

Emplazada en el campo, próxima a muchos lugares de interés y ofreciendo múltiples opciones de ocio. Sin embargo, para mí, la propia estancia en la casa merece en sí misma la pena. Levantarse por la mañana y asomarse a cualquiera de sus ventanas, contemplar el paisaje, incluso tumbado desde la cama, leer junto al fuego de la chimenea, escuchar música y charlar, sentarse a la mesa de una cocina amplia, cálida y confortable, la intimidad de un baño completo en cada habitación, el silencio a la hora de dormir... No tengo palabras.