Está en una isla semi privada, ya que una mitad de la isla pertenece a una familia autóctona a la que no le hace mucha gracia el tema del turisteo, pero no invadiendo su espacio, no hay problema. (Lo descubrimos el primer día, por ir de exploradores, pensando que estábamos solos).
El propietario de los alojamientos, Ellie, es un hippie muy peculiar y carismático. Intenta agradar en todo momento y que la experiencia en su isla sea lo más agradable posible.
La limpieza de las "chocitas"-habitaciones es la justa. No les vendría mal una remodelación. La cama tiene mosquitera y hay incienso en espiral y un aparato en el enchufe para los bichos. Aunque hay que darse cuenta donde se está y no se deben esperar milagros.
También tienen ventilador de techo, anticuado pero útil.
Nosotros solo desayunábamos, porque el resto del día nos íbamos a Bora Bora island. (Ellie os lleva al aeropuerto y os va a recoger en su lanchita cuando le digáis, por un "módico" precio), no hay otra manera de hacerlo. Bueno, tal vez en alguno de los kayak que tiene a disposición de los huéspedes, pero no sé.
El desayuno de 10!! Las mermeladas y zumos increíbles! Asi que no os lo podeis perder.
Un día Ellie nos dejó solos en la isla por la noche, fué una experiencia única.
Tiene un perro (labrador) que es un amor, se llama Tapuna.
No hay agua potable, sólo de lluvia y de mar. Aunque para beber hay garrafas en la cocina-comedor al acceso de todos.
Hospedarse aqui es la manera más auténticay salvaje de vivir la aventura polinesa.
No apto para escrupulosos, miedosos, sensibles, delicados...
A pesar de todo, creo que volveríamos.