Nos alojamos en marzo previo a la Semana Santa, con mi esposo y mi hijo de 12 y mi hija de 9. Es un hotel único lleno de detalles, de sabores incomparables y una vista que transmite La Paz que se busca en esos lugares. Tomamos la habitación familiar que tiene un estar con mesa y sillón para descanso y LCD, y dos dormitorios, es una pequeña casita, que aromatizan por la noche para hacer más agradable la estancia. Es un hotel boutique en el que te miman desde que llegas hasta que te vas y cuando te vas lamentas hacerlo. El desayuno a la carta y bufett, el almuerzo y cena a la carta y con elaboración personalizada. Y lo más importante la atención de su gente, su propietaria Giselle, Vanesa y Sol. Mis hijos disfrutaron del río, de la libertad de caminar y el contacto con la naturaleza. Nosotros del silencio, la tranquilidad y las vistas. Volveremos muy pronto. Recomendamos ampliamente el hotel. Giselle y el personal saben lo que hacen y se nota.