Somos un matrimonio con un niño pequeño, y buscábamos un lugar en el que descansar pero que contase con piscina. Dimos con “El Establo” por casualidad. El alojamiento es de fácil acceso (en el camino al Castillo de Castellar), en un paraje precioso. Nada más bajar del coche, embargan las ganas de sacar una foto a la fachada blanca de la estancia con su sombra de parras y el contraste de madera. Te recibe Juan, el dueño, que te muestra el alojamiento, así como el resto de la propiedad (la piscina, el patio,...) y te cuenta un poco de la historia que rodea a la misma. No deja escapar la ocasión para brindar con su ayuda para cualquier cosa que pueda hacer más gratificante la estancia, ya sea haciendo de guía durante alguna de las numerosas rutas que hay para recorrer por la zona, como para acercarnos mobiliario, menaje…
La casita es muy coqueta, con un equipamiento más que suficiente para llevar una estancia cómoda. En cualquier caso, Juan siempre ha mostrado la disposición de ayudarnos con cualquier cosa que pudiéramos necesitar, de hecho, hubo un pequeño incidente con el agua en la casa, y además de proporcionarnos una garrafa de agua mineral, en menos de una hora ya nos tenía una solución. La cama resulta muy cómoda y la limpieza general muy buena (teniendo en cuenta que es una casa de campo, así que no puede sorprendernos encontrar alguna hormiga o arañita pequeña, nada importante). Accedemos a la piscina por un patio que se ve espectacular adornado con unos enormes racimos de uva negra que cuelgan de las parras (Juan nos brindó la oportunidad de probar la uva y nos dijo que podíamos coger toda la que necesitáramos para comer si nos gustaba. Hay que decir que la uva era una auténtica golosina). La piscina es sencillamente magnífica. El nivel de limpieza, la ubicación, el tamaño, todo digno de elogio.
Las noches son muy tranquilas, con cielo despejado se pueden apreciar multitud de estrellas. En la madrugada, se pueden oír si acaso el pisar de algún venado que pasa casi por la puerta (al día siguiente Juan nos enseñó a distinguir sus huellas). En la tarde es posible distinguir a las águilas que tratan de hacerse con alguna culebra.
Han sido unos días formidables, hemos disfrutado de mucha tranquilidad, privacidad y gracias a Juan, su mujer Mar, la familia y amigos, de una familiaridad que les agradecemos de corazón. Ojalá podamos contar de nuevo con unos días libres para haceros una visita, y de paso, disfrutar de una buena tertulia en vuestra compañía. Un destino inmejorable.